Escrito por: Bienvenido Picazo

lunes, 26.11.2018

Si algo me gusta del Alba este año es que no vive sólo de echarle gónadas como se hacía antaño, cuando escaseaban los peloteros y todo se reducía a gladiadores y balones a la olla. Luis Miguel Ramis ha conseguido que se juegue con sentido, si no estético, al menos con criterio y con los pelotazos imprescindibles, ni uno más.

No es el primer partido que el Alba juega al límite de pulsaciones, ni el primero donde tras la tempestad, los nuestros juegan con la paciencia del rival. En situaciones semejantes, lo propio es tirar de casta, pundonor, sudor, testosterona y todos los tópicos que en el fútbol son, pero no, el Alba de Ramis, sin olvidar todo eso, premia el toque, la estrategia y, ¿por qué, no?, las contras navajeras. Todo lo anterior, sin ser prescindible, no es lo más importante ya que todos sabemos que la historia está llena de derrotas épicas y sudores baldíos.

Ya hemos contado aquí mismo, que el Alba domina los tempos de los partidos como nadie y en situaciones extremas, apenas si se nota la inferioridad. De hecho, tengo severas dificultades para destacar a alguno de los nuestros en el duelo de Elche, las penurias las superó todo el grupo. Los que salieron de refresco por mor del trastoque de guion, lo hicieron con naturalidad y rayando a gran nivel. Lo demás lo hizo la estrategia, la inteligencia y el sentido competitivo. El Alba es un equipo de obreros altamente cualificados, sobre todo en su solidaridad. Hacía tiempo que no se veía por estos pagos, una forma tan sutil de hacer las cosas. Y, qué cosas, cualquiera puede hacer gol. Cualquiera defiende, nuestro primer delantero es Tomeu y el primer zaguero cualquiera de los de arriba.

Por momentos, los blancos me recuerdan a las históricasescuadras italianas. Es verdad, la brillantez es algo que escasea, pero hacemos un fútbol aguerrido y eficaz. Ya forma parte del pasado lo de tapar agujeros, cuatro encuentros con el cerrojo echado, dice mucho -y no sólo de la defensa-.

Tal y como pintaban las cosas, mi mujer hasta dejó el whatsapp en alguna fase, mi vecino me contó la cantidad de almendras que había recolectado este año y la pareja madura de arriba, chillaba y reía feliz como si no hubiera mañana. Y yo, sufriendo en silencio. Aunque ahora, a pitón pasado, me doy cuenta de que en realidad estaba disfrutando. Uno de más arriba, cuando todo había pasado se jactaba a voz en cuello «no hay gozo sin sufrimiento». Me dejó pensativo. Lo consultaré con mi terapeuta.

Para el viaje de vuelta no tenía ni ánimos, ni resuello para conducir, estaba agotado. Mi señora se puso el casco y, uf, creo que quemé toda la paella del mediodía en los noventa y muchos minutos de terapia de choque.

Este año los cardiólogos de Albacete, se van a hinchar.