Se acabó el recreo (Opinión)

Escrito por: Bienvenido Picazo

lunes, 16.12.2019

Mira tú por dónde, el Alba ha coprotagonizado un hito en la historia de la infamia del fútbol español.

Hace muchos años un árbitro dijo que el aficionado iba al campo a desahogarse, yo por entonces era un adolescente y aquello me indignó porque me di por aludido, qué cosas. Yo, que no soy ejemplo de nada, casi siempre he ido al fútbol solo, en pareja, o a lo sumo, en trío, pero nunca he insultado a nadie, a lo más que llego es a animar, dar palmas y gritar “¡gol!”, por dentro me han reconcomido actitudes de jugadores, árbitros y ¿por qué no decirlo?, comportamientos de otros espectadores, incluso de los míos. Yo nunca voy a un campo de fútbol a paliar mis miserias (que las tengo), procuro salir de casa ya llorado. Tardé muchos años en darme cuenta, de que aquella aseveración del mítico Guruceta, era una verdad así de grande.

El ser humano trata de mitigar sus desequilibrios en las más diversas actividades, y el fútbol nos lo pone muy fácil: anonimato, libertad para proferir barbaridades, testosterona (las más de las veces) en vena y un largo etcétera de lugares comunes que propician buenas coartadas. El ajedrez no se presta tanto al desenfreno.

El mantra de la libertad de expresión no deja de ser eso, un mantra con poco recorrido, nos estamos habituando a escuchar estupideces con naturalidad, verbigracia: “cualquier opinión es respetable”, “yo tengo libertad y derecho para decir lo que quiera”, y otras más por el estilo que no quiero que desborden este bendito espacio, porque convendrán conmigo en que en medio de un cine, en mitad de la proyección no debo proferir lo que se me venga en gana, ni siquiera eso que me gusta tanto de “Aúpa mi Alba”, no. Más que nada porque los espectadores que están viendo la película no sé si es lo que más desearían escuchar y no me imagino a alguno de ellos diciendo eso de “silencio, que la opinión de este hombre es la mar de respetable”. Mutatis, mutandis, es lo que desde hace varias décadas venimos escuchando en todos -absolutamente todos-, los campos de fútbol del planeta. Con raras excepciones, todo el grueso de la afición mira complacida, cuando no cómplice, a los más lumpen del estadio, comprendiendo sus bravatas, insultos y pareados de dudoso gusto, cuando no directamente deleznables.

Mea culpa, puesto que también he participado de algún aquelarre, por omisión, sobre todo por omisión. Hasta cuando me han llamado paleto, me he sentido importante. Extraños mecanismos psicológicos los que se viven en los recintos deportivos.

Me alegro de que lo que ha pasado sea un “después”, ya está bien de escuchar insultos con indulgencia, ahora los prebostes del fútbol ya no se podrán llamar a andana y tendrán que intervenir semana a semana. Y, esta, tenemos otro partido del siglo. A ver si alguien osa pararle los pies a tanto racismo y tanta xenofobia. Y la cosa no es sólo cosa del Rayo Vallecano, ni de España, ni de Europa, es una cosa global. Lo que sí es responsabilidad del Rayo y de otros, es haber alimentado al monstruo durante demasiado tiempo. Confundir el derecho a la libertad de expresión, que es consustancial a la democracia, con el libertinaje de pensar que tenemos derecho a todo y en todo lugar, eso no, eso produce efectos demoledores para la convivencia.

Con premura, los más patéticamente oportunistas del lugar han salido rasgándose las vestiduras, nunca antes escuché que Rufián o Errejón protestasen por el bucólico “Puta España”, que estamos más que hartos de ver y leer por doquier.

¿El Rayo-Albacete será un “después”, o sólo una cabeza de turcode segunda categoría?