Escrito por: Bienvenido Picazo

martes, 05.05.2020

A menudo, se tiene la tentación de hacer referencia a las barras de bar, como culpables de admitir foros chabacanos, aficionados acérrimos y maneras subidas de tono cuando no directamente, lugares donde se junta lo más lumpen del futbolero medio.

Yo nunca he tenido esa sensación, ni he formado parte de ningún parlamento que atienda a esta leyenda. Pero a los bares se les achaca acoger estos aquelarres y cosas peores.

Desde hace un tiempo, en los patéticos escenarios que nos ofrecen las televisiones, asistimos atónitos a bochornosos espectáculos, ofrecidos por espantajos vociferantes, provocadores, forofos de lo peor y con maneras portuarias. No, no quiero cebarme contra ellos, ya que en su mayoría son actores que interpretan un rol, para que quien les paga ingrese pingües subvenciones gubernamentales y golosos beneficios publicitarios para así engrasar la noria que gira y gira, provocando el asombro y la indignación de quienes gozan de la paciencia suficiente para soportar tamaño delirio. Estos medios tienen muchos adeptos y seguidores, así que lejos de mí cualquier ánimo de decirle a nadie lo que debe o no debe consumir.

En el fondo, a lo mejor es la envidia lo que me dicta estas líneas, ya que no me importaría que me pagasen por salir a exhibirme sin pudor ni recato y rebajarme, para conseguir cuanta más audiencia, mejor. Todo por la pasta.

Hace poco, alguien en algún medio, que no tenía nada que ver con lo futbolístico, aludía a los famosos mostradores de tan (en su inmensa mayoría) dignos locales, para ilustrar el comentario desafortunado de algún político; ipso facto, brotó en mí la indignación que me lleva a defender a estos establecimientos que son, no nos engañemos, el verdadero pilar de nuestra sociedad. Lo que he visto en televisión, escuchado en la radio o leído en la prensa, es infinitamente más grosero e indocumentado, que alrededor de una cerveza (o tés con limón, que hay gente para todo), donde, como mucho, nos chinchamos y nos reímos y, donde a veces, con extraños, en bares de cualquier lugar de la geografía española y ataviado con el delator atrezo de mi Alba, lo más que he conseguido es echarme unas risas y agitar mi baqueteado hígado.

No, los bares, a los que el estado de alarma está obligando a pagar un altísimo peaje y, que va a seguir pagando de forma desaforada e injusta cuando digan que toda esta pesadilla ha acabado, no suelen acoger deslenguados o impresentables, imbéciles sí, pero la categoría de imbécil no es patrimonio exclusivo del futbolero. Hay cientos esparcidos por todos los gremios y latitudes. Hasta uno mismo, se reconoce como tal en ocasiones.

Ganarían mucho algunos medios, si emitiesen desde algún bar y pusiesen el micrófono o la cámara prestos a escuchar a más de unaficionado y más de dos, que no se ganan la vida haciendo el majadero. En las tertulias, se escuchan más improperios y se pasa más vergüenza ajena, que en cualquier cafetería o reunión de cuñados.

Me limito a repasar las tertulias deportivas, porque si entramos en otro tipo de foros de las vísceras, me saldría de los límites del decoro y esta noble publicación, no se lo merece, para más inri, los contertulios de los debates futboleros, pasarían por miembros (y “miembras”) de la Escuela de Atenas.